Comentario
La pasión natural del etrusco por su vida familiar, antes y después de la muerte, parece ser uno de los elementos fundamentales de su cultura: la genealogía, los apellidos, el culto a los antepasados, la casa y el túmulo gentilicios, parecen absorber unas energías que hubieran resultado improcedentes, por ejemplo, en la sociedad griega. Incluso en una época de ebullición económica y cambios sociales, los intereses patricios frenan y ponen estrechos límites a la estructura política de las ciudades. Los reyes o tiranos luchan por imponerse como legisladores o jefes militares, proclaman haber sido designados por los dioses, y realizan obras públicas de utilidad general, pero lo cierto es que siempre quedan a mitad de camino. De ahí que las ciudades etruscas, a lo que parece, tuviesen pocos edificios públicos, y que los espectáculos -juegos atléticos, bailes, etc.- se desarrollasen siempre en simples explanadas, dotadas, todo lo más, de tarimas de madera.
La principal excepción la constituyen los templos. Al lado del culto familiar, que se desarrollaba en casas y tumbas, existían en la mente de los etruscos unos dioses comunes, señores de los fenómenos naturales, que exigían un culto colectivo. Tinia, Nethuns, Fufluns, Turms, Menerva, Uni, Apulu y otras muchas deidades debían ser adoradas y recibir sacrificios.